España, como país mediterráneo, atraviesa ciclos de sequía inherentes a su clima, también llamadas sequías meteorológicas.
En la actualidad, vivimos una situación de escasez de recursos hídricos para atender las demandas existentes, o sequía hidrológica, tras la meteorología de los años previos y el consumo de agua realizado. ¿Pueden evitarse estas situaciones? ¿Qué medidas se deben adoptar ante estas sequías?
La gestión de sequías en España
Los planes especiales de sequía son instrumentos clave en la gestión del agua en nuestro país. Aprobados en 2018, los planes vigentes hablan de sequía y escasez para distinguir condiciones no controlables (meteorología) de estados que se podrían evitar (falta de recursos suficientes).
La planificación hidrológica y sus actuaciones posibilitan que las sequías prolongadas no requieran a corto y medio plazo restricciones para el consumo humano, contando los planes de sequía con prioridades de usos, restricciones y otras medidas para la gestión de los riesgos asociados a la escasez de agua. Dicho así, una gestión eficiente de recursos minimizaría en lo posible la ocurrencia de escasez y la evitaría aun en condiciones de sequía.
Sin embargo, la consulta a los mapas de seguimiento mensual de sequía y escasez en España desde finales de 2018 contrasta con esta conclusión. Sin ir más lejos, la situación actual nos muestra cómo a final de febrero no encontramos sequía (imagen superior) en todas las zonas en emergencia por escasez, ni en gran parte del territorio en alerta y prealerta (imagen inferior).
La gestión del riesgo
El riesgo se define como la probabilidad de ocurrencia de un daño multiplicada por los costes del mismo. De forma cotidiana usamos el riesgo para tomar decisiones: no es tan importante si ocurre un evento o no como sus consecuencias.
Particularizando, el riesgo de que se produzca escasez de agua (R), es decir, daño por sequía prolongada, se puede calcular como el triple producto de los siguientes factores:
- Peligrosidad. P, o probabilidad de que se produzca una sequía prolongada de magnitud S.
- Vulnerabilidad. V, o probabilidad de que, si se produce S, se genere una escasez de magnitud E.
- Costes. C, o valor de los daños ocasionados por E.
El riesgo (R = Pe x V x C) puede disminuirse actuando sobre uno o varios de estos factores. Sobre la peligrosidad no tenemos control, luego no podemos actuar. La vulnerabilidad depende de la reserva almacenada para atender las demandas existentes, mientras que los costes es el valor del producto/servicio que genera la demanda; sobre ambos tenemos capacidad de actuación.
La operación de embalses en España se basa en unos criterios de explotación estacionales que persiguen garantizar en plazos establecidos las distintas demandas, priorizadas, en el marco de una planificación plurianual.
Así, un embalse se ha diseñado para atender un volumen concreto de demanda durante su vida útil, con base en un análisis hidrológico, ambiental, económico y social. Un embalse disminuye el riesgo actuando sobre la vulnerabilidad: si aumentamos la capacidad de almacenamiento, disminuimos la probabilidad de escasez ante una sequía prolongada.
El factor humano
La realidad nos muestra que la reacción humana a ser menos vulnerables es aumentar las expectativas de demanda. Protegemos las zonas inundables y acaban ocupándose por el hombre, quien ya no sufre las consecuencias de las crecidas frecuentes.
Aumentamos las reservas en embalses y generamos más expectativas de consumo, ya que dejamos de sufrir restricciones. Modernizamos las estructuras de abastecimiento y de regadíos y no ahorramos recursos porque aumenta la población o la superficie regada.
Además, esta expectativa suele traer una búsqueda de mayor rentabilidad: instalaciones con piscina, spas, deportes acuáticos, puesta en riego de grandes extensiones de cultivo tradicional mediterráneo…
Este efecto rebote se produce en otros ámbitos de gestión y se conoce como la paradoja de Jevons –economista inglés que estudió el impacto de la mejora de la eficiencia del carbón en la máquina de vapor–, que se generaliza para expresar que aumentar la eficiencia de un servicio disminuye el consumo instantáneo del recurso, pero incrementa el consumo global por aumentar la expansión de dicho servicio.
En nuestro caso, este factor humano, que no es más que nuestra capacidad de adaptación a nuevas condiciones, nos lleva a superar con creces las demandas estimadas inicialmente. Como resultado, el riesgo no disminuye en la práctica porque no solo aumentamos la vulnerabilidad, sino que a menudo también el coste por mayor servicio asociado o mayor valor.
Las expectativas de crecimiento son legítimas, el ser humano ha evolucionado así. Pero no ha lugar a una expectativa de recursos hídricos en crecimiento continuo cuando el agua disponible es limitada y no va a aumentar en el futuro.
La planificación hidrológica debe afrontar el hecho de que vivimos una situación de exceso sobrepasado de demanda en la mayor parte de nuestras cuencas, con productos y servicios asociados de alto valor que, cuando llega la escasez, generan unos costes muy elevados por pérdidas, y que el aumento de la capacidad de reserva desde los años ochenta no ha traído consigo una disminución del riesgo de escasez para los usos agrícolas y de turismo, por el aumento de vulnerabilidad generado por el factor humano.
Hacia un futuro sostenible
No hay razones para esperar una disminución en la ocurrencia de periodos prolongados de sequía ni podemos controlar su régimen. Tampoco cabe llenar más embalses sin esperar más precipitación que hoy. No es la ausencia de lluvia lo que vacía los embalses, sino el exceso de consumo.
Confrontar agricultura-turismo y ecosistemas como adversarios en la captación de recursos hídricos es un dilema falaz y perverso, pero no debemos gestionar el agua sin realizar un análisis de riesgos completo. Análisis que incluya el impacto potencial del factor humano para identificar y arbitrar medidas de acompañamiento que eviten la escalada indeseada de vulnerabilidad. En busca de un futuro sostenible con usos bien acotados en el contexto real de nuestras cuencas para que todos ganemos seguridad, en lugar de que todos perdamos.
*Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation por la catedrática María José Polo