Los escenarios elegidos ayer por los Ayuntamientos de Conquista y de Belmez para acoger las tertulias del programa ‘La Noche en ruta’ de la Universidad de Córdoba se prestaban a la metáfora. Por la puerta grande, una tarde para la conquista, una faena de altura… todos esos titulares podrían servir a la crónica del encuentro que el equipo de investigación BIO187 del Departamento de Bioquímica y Biología Molecular celebró junto a más de medio centenar de vecinos de Conquista. La cifra es la más alta de las alcanzadas por las actividades celebradas hasta ahora dentro del programa de La Noche Europea de los Investigadores, tanto en términos absolutos como relativos. Y es que a las investigadoras Carmen Michán y Ana María Herruzo y a los investigadores José Alhama, coordinador del equipo, y Casimiro Baena los acompañó la cuarta parte de la población de Conquista. Se habló de contaminantes, de su estudio y de su gestión, pero también de responsabilidad ciudadana y de financiación de la ciencia. Y la conversación siguió la dirección propia de los nuevos modelos de Investigación Responsable (RRI) porque no sólo hablaron y contaron su trabajo las personas que integran el equipo de investigación. También lo hicieron los vecinos, que encabezados por su alcalde, Francisco Buenestado, trasladaron a la Universidad su preocupación por la contaminación de acuíferos provocada por la industria ganadera.
No menos épico fue el encuentro en el Castillo de Belmez, un escenario de altura para la presentación del proyecto Ager Melliarensis, en el que su responsable, Antonio Monterroso, acompañado por los investigadores Manuel Moreno, Juan Carlos Moreno y Massimo Gasparini, presentó ante una treintena de vecinos y la diputada de Juventud y Deporte, Ana Belén Blasco, los resultados obtenidos en los tres últimos años de trabajo.
En un lugar en el que las piedras rezuman historia, y en pleno centro de operaciones del grupo de investigación Antiguas ciudades de Andalucía (HUM 882), los investigadores pudieron explicar sobre el terreno lo que ocurre cuando la tecnología se une a la arqueología, una nueva forma de investigar en el que el empleo de drones, aviones y satélites ha conseguido redescubrir retos arqueológicos tan sólo conocidos por las antiguas crónicas.
En pleno corazón del valle del Guadiato, y en la falda de una enorme roca caliza que sostiene el Castillo de Belmez, el grupo narraba cómo habían podido descubrir que antes de la antigua fortaleza cristiana había un puesto de guardia islámico. El uso de nuevas tecnologías ha permitido conocer el pasado y las anomalías que tiene la fortificación, y esto puede ser muy útil a la hora de acometer restauraciones.
Los asistentes también pudieron comprobar en directo el vuelo programado de un dron, capaz de percibir lo que el ojo no ve y captar los vestigios escondidos bajo el manto vegetal y el paso inexorable del tiempo. “A lo largo de los últimos años hemos podido descubrir 250 yacimientos no catalogados” explicaba Monterroso en su tierra natal, mientras señalaba algunos de los puntos clave de un valle que conoce como la palma de su mano.
Fue así como la comunidad de vecinos pudo redescubrir su propia comarca, un lugar que según indicaban algunos de los vecinos ahora sienten olvidado por las autoridades políticas y alejado de los canales de financiación, pero que sin embargo fue en el pasado una tierra boyante y que ocupó un lugar privilegiado en la historia.