Las interacciones entre especies animales, el medio ambiente y el ser humano determinan el mantenimiento y difusión de patógenos como virus, bacterias, hongos y parásitos.
Factores antropogénicos como los cambios en el uso del suelo, la globalización del comercio, las migraciones humanas y la presión sobre el medio natural, acelerados con la crisis global, tienen un efecto directo en la distribución y abundancia de las poblaciones animales. Esto afecta a la presencia y riesgo de emergencia de patógenos compartidos. Además, tiene consecuencias sobre la conservación de la biodiversidad y sobre la salud humana y animal. Por ello, es necesario conocer y vigilar mejor la salud de la fauna silvestre.
Patógenos compartidos
Esos patógenos compartidos, capaces de infectar a más de una especie hospedadora, inspiran la medicina de la conservación. Este concepto, del que deriva el de una sola salud o One Health, considera que la salud humana, animal y ambiental son interdependientes y están vinculadas a los ecosistemas donde coexisten.
El mayor contacto con los animales salvajes y la movilidad global facilitan la difusión internacional de enfermedades emergentes conocidas y nuevas que afectan la salud humana y animal, alcanzando a veces un nivel pandémico.
Este es el caso de la quitridiomicosis, una enfermedad emergente causada por hongos que amenaza con provocar la extinción de gran parte de las especies de anfibios a nivel mundial. Con más del 40 % de las especies amenazadas, los anfibios han sufrido un notable declive y ya son el grupo de vertebrados más amenazado del planeta.
En las aves resulta paradigmático el ejemplo de la emergencia de los virus de influenza aviar altamente patógena (HPAI) en las últimas décadas. A lo largo de 2022, sucesivos brotes de HPAI han dado lugar a declives dramáticos en colonias de cría de distintas especies de aves amenazadas.
La diversidad de hospedadores contribuye a la circulación y propagación de estos virus, evidenciando que en esta era de cambio global acelerado se necesita mejorar la vigilancia sanitaria.
Sin embargo, los mayores protagonistas de las enfermedades emergentes son los mamíferos. Por ejemplo, en el último siglo se han conocido al menos 25 eventos de emergencia en mamíferos silvestres ibéricos. Cabe señalar que el 72 % de estos eventos de enfermedades emergentes en mamíferos silvestres se han detectado en las últimas tres décadas. Esto puede ser debido a su mayor frecuencia, pero también a una mejor vigilancia sanitaria de la fauna silvestre, acompañada de nuevos desarrollos tecnológicos en sanidad animal.
Algunos patógenos que afectan a los mamíferos tienen un efecto directo en su conservación, como ocurre con el virus del moquillo, el pestivirus del rebeco y el virus de la enfermedad hemorrágica del conejo, o con el ácaro de la sarna sarcóptica.
Otras son compartidas con especies de producción y tienen graves consecuencias socioeconómicas, como la tuberculosis animal o la peste porcina africana. Muchas son, además, zoonosis con relevancia para la salud pública como la leishmaniosis y la enfermedad hemorrágica de Crimea-Congo.
Hospedadores e interacciones entre patógenos
Conocer la forma en que los patógenos se mantienen y circulan en un ecosistema es, en consecuencia, de extraordinaria relevancia. Muchos de los patógenos causantes de las enfermedades indicadas anteriormente son de tipo multihospedador. Estos resultan especialmente persistentes al ser capaces de aprovechar más de una especie para mantenerse, multiplicarse y distribuirse.
En algunos casos, una mayor diversidad de hospedadores favorecería la persistencia del patógeno. En otros, por el contrario, una mayor diversidad de especies actuaría en contra de patógenos que proliferan preferentemente en una especie hospedadora dominante. Esta hipótesis se conoce como efecto de la dilución.
Las comunidades de hospedadores son complejas. Su complejidad viene determinada por el número de especies susceptibles a la infección con un determinado patógeno, por la riqueza total de especies (susceptibles o no), así como por el tipo y la frecuencia de interacciones directas o indirectas entre las especies que integran la comunidad. En este contexto, habrá especies más conectadas con otras, que podrían servir como indicadoras de la circulación de algunos patógenos.
A su vez, los patógenos tampoco se mantienen en el ambiente de forma aislada, sino que comparten hospedadores (coinfección) y comunidades (coocurrencia). Además, pueden facilitarse mutuamente (garrapatas que facilitan patógenos transmitidos) o limitar su transmisión al competir por el mismo hospedador (peste porcina y tuberculosis en jabalí) o inducir protección cruzada mediante la inmunidad entrenada.
Salud del ecosistema
Necesitamos comprender mejor la relación entre la degradación de los ecosistemas y el riesgo de aparición de enfermedades. Un ecosistema es saludable si está activo, mantiene su organización y autonomía en el tiempo y es resistente al estrés ambiental. Los ecosistemas saludables proporcionan bienestar al ser humano a través de los servicios ecosistémicos.
Para valorar la salud ecosistémica se han propuesto numerosos indicadores que se basan en la funcionalidad de los ecosistemas, no en su degradación. Por ejemplo, la presencia, distribución o abundancia de especies relevantes, o la composición de las comunidades de invertebrados acuáticos.
Sin embargo, indicadores como los citados no consideran aspectos sanitarios. En el futuro, convendrá potenciar e integrar la información sobre diversidad y abundancia de las comunidades animales con indicadores sanitarios. Ello permitirá comprender mejor los complejos sistemas naturales y optimizar la vigilancia sanitaria para contribuir a la prevención y al control de enfermedades emergentes.