El cerebro es un órgano complejo, tan particular que en él se desarrolla actividad eléctrica. Millones de conexiones eléctricas en él nos permiten hacer de todo, tanto reconocer el mundo que nos rodea como regular nuestro organismo. En algunos casos, hay fallos, que pueden derivar en enfermedades neurológicas o psiquiátricas. Álvaro Pascual-Leone (Valencia, 1961) trabaja en el Berenson-Allen Center, adscrito a la Escuela Médica de Harvard (Boston, Estados Unidos), donde es catedrático de Neurología. Allí desarrolla técnicas para estimular esta actividad eléctrica en el cerebro y superar diferentes trastornos. Y lo hace a través de aparatos que no requieren un bisturí, denominados no invasivos. El III Curso de Estimulación Magnética Transcraneal de la UCO e Imibic, de la que es codirector, permite, precisamente, ahondar en la aplicabilidad de una de estas herramientas.
- ¿Qué pueden aprender los asistentes en el curso?
- El curso está centrado en técnicas de estimulación cerebral, concretamente no invasivas, de las que la más conocida es la estimulación magnética transcraneal. Ésta permite modificar la actividad en puntos concretos del cerebro y, por ello, decidir dónde se puede realizar esta modificación. Gracias a estudios en modelos animales aprendemos cada vez más cómo funciona el cerebro. Sin embargo, en humanos nos permite entender no sólo aspectos fundamentales del sistema nervioso, sino, lo más importante, nos permite modificar el sistema nervioso de aquéllos que tienen problemas neurológicos y psiquiátricos. Esto es, podemos hacer un tratamiento muy dirigido a las zonas del cerebro que no funcionan bien.
La mayor aplicación terapéutica de la técnica ha sido en la depresión resistente al tratamiento médico, pero su rango de aplicabilidad está creciendo muy rápidamente, porque todas las enfermedades psiquiátricas o neurológicas causan síntomas y discapacidad por alteración de circuitos específicos en el cerebro. Con la herramienta, podemos modificar los circuitos que causan los síntomas en éstas y otras enfermedades. Hablamos de traumatismos cerebrales o en enfermedades neurodegenerativas como demencia o párkinson, de enfermedades neuropsiquiátricas e, incluso, para situaciones donde hay una desconexión de circuitos, como una ateroesclerosis múltiple.
- ¿De qué manera una técnica no invasiva como ésta es capaz de realizar modificaciones en el cerebro del paciente?
- La forma más sencilla es pensar en el cerebro como una gran maroma de cables eléctricos. Los cables salen de cada célula, de cada neurona. Y hay tantas células en el cerebro como estrellas en la Vía Láctea. Cada una de estas células tiene, como promedio, 10.000 conexiones con otras, conexiones que se realizan a través de este cableado eléctrico. En esta interconexión eléctrica, apenas se usan substancias químicas, sólo para saltar de un cable al siguiente, lo que llamamos la sinapsis. Pensar en el cerebro como una sopa química es equivocado, es más un complejo órgano electroquímico, donde el componente eléctrico del cableado es tan importante como el químico.
Todas estas técnicas no invasivas permiten inducir corriente en zonas eléctricas del cerebro. Por lo tanto, activan estos cables.
Al pasar corriente por una bobina, se genera un campo magnético. Este campo magnético induce una corriente secundaria y ésta es la que produce el efecto buscado Lo hacemos muy complicado con una corriente, un campo magnético y otra corriente porque el cerebro está muy bien aislado dentro del cráneo y la calota. Si aplicaras electricidad directamente, dolería mucho, porque la electricidad afecta a la piel y no penetra en el cerebro.
- ¿Qué grado de precisión tiene la técnica? ¿Cómo sabemos que se dirige específicamente a la diana que se pretende tratar y no a otra zona del cerebro?
- Depende de la geometría de la bobina para inducir esa primera corriente y ese campo magnético. Si se usan pequeñas y en forma de ocho, se pueden activar zonas del tamaño pequeño, de media uña de meñique, de cinco milímetros cuadrados. Antes, claro, tenemos que saber a qué parte del cerebro se está apuntando.
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- ¿Y tenemos mapeado el cerebro para saber las ubicaciones que se pretenden tratar?
- Se precisa la ubicación por medio de resonancia magnética, aunque ya hay robots que permiten colocar la bobina en el sitio adecuado, por sistemas llamados de neuronavegación. Sabemos además por técnicas de neuroimagen que es demasiado simple pensar que el cerebro se compartimenta por zonas en las que cada una cumple una función. No es realmente así. La localización es más bien por grupos de áreas que trabajan, luego, en conjunto. Por eso hablamos de redes con nodos. La estimulación a través del nodo es una especie de ventana para modificar la actividad en una red.
Cada vez tenemos más formas para definir o identificar una red que da lugar a síntomas o enfermedades. Sin embargo, en cada persona son ligeramente distintas. La técnica permite una intervención muy personalizada.
- ¿En qué situación se encuentra el uso de este tipo de tratamientos no invasivos?
- Está aprobada por la FDA [Administración de Alimentos y Medicamentos de Estados Unidos, en sus siglas en inglés] para tratamientos en depresiones y se ha probado en muchos hospitales para el tratamiento de párkinson, demencia, epilepsia. En Europa, varios aparatos están también aprobados y se emplean en algunas clínicas.
Sin embargo, la formación en estas técnicas sigue siendo escasa. Por eso es necesario un curso de este tipo, como el que se imparte en la Universidad de Córdoba, en castellano, para España e Hispanoamérica.
- En el centro del que proceden, emplean un tipo de investigación denominado traslacional en vez de seguir la forma convencional de hacer investigación en biomedicina, más lineal, con fases básicas y clínicas hasta llegar al tratamiento. ¿Podría explicar qué beneficios reporta esta vía?
- En cierto modo, es como la forma tradicional de hacer investigación. Lo único que hacemos es usar una terminología diferente con un objetivo de concienciación. Creo que la mayoría de los investigadores que hacen ciencia básica buscan entender procesos fundamentales que a la postre puedan ayudar a la gente. Ese intento de pasar del conocimiento básico a la clínica es traslacional. Y ésta es la forma tradicional de hacer ciencia.
Sin embargo, la gente que hace investigación básica a la postre tiene que entender en qué consiste el sufrimiento de los enfermos. Tienen que darse cuenta que no sólo hay una dirección, también existe una dirección opuesta. Nosotros también trabajamos con problemas descritos por clínicos y hacemos una especie de desconstrucción para buscar sus causas. En investigación traslacional hay un bucle continuo.
- ¿Qué grado de conocimiento tenemos actualmente del cerebro, de las conexiones que allí se producen?
- Más que ayer y menos que mañana. Más de lo que sabíamos hace décadas, claramente, pero también de las cosas que necesitamos conocer. En este proceso de aprendizaje, hemos desterrado mitos, como que no usamos más que un porcentaje pequeño de nuestro cerebro, o como que perdemos capacidades a partir de los 18 años, o que el cerebro servía exclusivamente para relacionarnos con el mundo externo. Ahora sabemos que el cerebro cambia continuamente a lo largo de la vida y que el cerebro nos sirve para controlar el mundo externo e interno.
- Usted ha afirmado que las destrezas adquiridas cambian nuestro propio cerebro ¿Cómo es capaz el aprendizaje de modificar este órgano?
- El cerebro está cambiando constantemente. Los lectores de esta entrevista terminarán, literalmente, con un cerebro distinto. Cada cosa que hacemos, pensamos, sentimos o experimentamos cambia nuestro cerebro. Es como redirigir el tráfico en la ciudad. Cambiamos el flujo de la información y, si seguimos enfatizando estos cambios repitiendo experiencias, se acabarán formando conexiones nuevas.
- Entonces, ¿igual que podemos entrenar un músculo para que adquiera más fuerza, podemos moldear el cerebro para que adquiera nuevas capacidades?
- Sí, y de hecho lo hacemos. La gente no es consciente, pero de algún modo lo sabe. Por ejemplo, después de aprender a conducir, y ya con la experiencia, podemos conducir y mantener una charla con el tenemos al lado. Esto se produce porque se han creado conexiones nuevas. Igual ocurre cuando aprendes a tocar un instrumento, a disfrutar el tenis… Somos capaces de adquirir habilidades que pueden ser impensables, como, por ejemplo, manejar un teléfono móvil, aparato que no existía en nuestro nacimiento. Esto se conoce como plasticidad del cerebro.
- Como catedrático en una universidad tan prestigiosa como Harvard, ¿cómo percibe la situación de la ciencia en España? ¿Ha observado algún cambio en alguna dirección desde que se marchó?
- En veinte años que llevo allí, la situación es infinitamente mejor. Siempre ha habido grandes mentes y habilidades, y los sigue habiendo. Desafortunadamente, para mucha gente ha sido difícil establecerse, porque el sistema es poco dinámico y requiere mucha perseverancia y aceptar las limitaciones que tiene. Esto ha llevado a una cierta línea de trabajo por la que funcionan bien grupos de investigación pequeños, pero que ha impedido el avance grupos más grandes o heterogéneos. El dinamismo que requieren estos equipos multidisciplinares no es sencillo de encontrar en la universidad española, pero hay grandes científicos y se producen importantes avances.
Sigue existiendo, no obstante, una dificultad para la gente joven para conseguir tanto la guía como el apoyo. Esto hace que perdamos en España a gente capaz, que acaba yéndose fuera y a veces no les es posible volver.
- ¿Qué consejo le daría a estos jóvenes investigadores?
- Que sean honrados consigo mismo. ¡Yo me fui y no voy a decir a la gente que se quede! Eso sí, deben valorar que si se van, estarán a estar lejos de la familia, de la cultura propia. Esto es un coste. Otra cuestión de la que hay que ser consciente es que la labor de los que se quedan aquí es generosa y valiosa.
El consejo más importante que se puede dar es que la gente ame lo que hace, como decía Steve Jobs. Da igual que sea pintar o hacer ciencia. Hay que hacerlo con total dedicación.
- Particularmente, en neurociencias, se han creado en las últimas décadas en España institutos de investigación dedicados a esta disciplina en diferentes puntos del país. ¿Cómo observa la creación de estos centros de investigación, qué grado de competitividad tienen respecto a otros ubicados en Estados Unidos o Europa?
- Partiendo de que se ha avanzado mucho y hay gente muy capaz, creo que el sistema es poco dinámico y flexible. En España tenemos como cultura el tener nuestro propio huerto, como decimos en Valencia. Esto es un error. Entiendo el gusto de tener lo propio, pero se pierden capacidades de hacer de forma conjunta. Para avanzar en una disciplina tan compleja como las neurociencias hay que trabajar así, colectivamente. El riesgo de tener un número grande de institutos de neurociencias es que puedan ser demasiados, que los equipos que se dedican a esto terminen demasiado parcelados.
Luego, en esta disciplina y en todas en general, hay gente muy capaz y otra que lo es menos. Habría que ser más cruel: apoyar al que lo hace bien y descartar al que estorba. Hay gente que se podría dedicar a otra cosa. Es duro decirlo, pero es necesario para la sociedad.
- ¿Cuándo cree que tengamos en España un premio Nobel en categorías científicas?
- Es difícil, en parte porque somos un pueblo que con frecuencia nos cuesta reconocer a los nuestros. “Nadie es profeta en su tierra”, se dice, pero en España es más cierta esta frase. La realidad de estos premios es que no sólo hay un reconocimiento científico, también hay un apoyo político previo. Y aquí falta.
No obstante, más que el premio, lo importante es hacer bien la labor investigadora. Y creo en España hay gente que realiza investigación de impacto aunque no reciba galardones.