Eugene O’Neill (1888-1953) fue un destacado autor estadounidense cuya figura se sitúa a la altura de los dramaturgos realistas más famosos del siglo XIX y XX, como Henrik Ibsen, Tennessee Williams o Arthur Miller.
O’Neill reflexiona con mirada expresionista sobre aspectos inquietantes de la vida humana, como la muerte, el amor no correspondido, el crimen, el alcoholismo o la prostitución. Por su atención al poder del destino y de la herencia en personajes de clase media, generalmente se le considera un escritor naturalista. A lo largo de su carrera, O’Neill ganó cuatro premios Pulitzer, así como el Nobel de literatura (en 1936). Sus obras han sido traducidas a muchos idiomas, incluido el español, y han sido adaptadas a la gran pantalla.
Reescribiendo la tragedia clásica
O’Neill se distingue de sus contemporáneos por incorporar a sus obras las convenciones y motivos de la tragedia griega clásica, que habían sido aplicadas por Eurípides, Sófocles y Esquilo: la presencia de un coro (personaje colectivo que comenta sobre la acción dramática desde el sentido común), la arrogancia del protagonista (hybris), el error de juicio (hamartía) que lo lleva a la caída, y la catarsis final, consistente en que tanto el héroe como el espectador se purifican mediante la vivencia del sufrimiento.
Ahora bien, el dramaturgo reescribe las historias clásicas de manera que se adaptan a los contextos y expectativas de la audiencia moderna. Además, en sus obras desarrolla numerosos tópicos literarios clásicos, alguno de los cuales comentaremos respecto a una de sus tragedias.
Deseo bajo los olmos (Desire Under the Elms) (1924) cuenta la historia de Eben Cabot, quien emprende una aventura amorosa con su joven madrastra, Abbie Putnam. La relación parece funcionar bien, pero el conflicto estalla cuando Eben y Abbie conciben un bebé. Efraín, el padre de Eben, supone que él es el padre del niño y esto –las implicaciones de que considere esa posibilidad– enfurece a su hijo. Posteriormente, Eben sospecha de la sinceridad del amor de Abbie y decide abandonarla. Para evitarlo y probar su amor, Abbie mata al bebé.
Esta obra es famosa por su imitación del mito de Hipólito y Fedra. Como hemos analizado en un estudio, ambas historias siguen el mismo esquema narrativo, llamado “triángulo de Putifar”: una mujer se enamora de su hijastro o de un subordinado, e intenta seducirlo, pero resulta rechazada; para vengarse, ella lo acusa ante el marido de haber intentado seducirla o violarla.
La primera parte de Deseo bajo los olmos sigue este esquema. Sin embargo, se desvía de él en etapas posteriores. La Abbie del siglo XX es más flexible porque se arrepiente de su acusación y convence a su esposo de que no hablaba en serio. Esto mitiga la tensión temporalmente. Por otro lado, Abbie, a diferencia de Fedra, nunca pierde la esperanza ni recurre al suicidio.
El avatar moderno de Hipólito en O’Neill también es interesante. Eben no es tan casto como Hipólito, ya que antes de conocer a Abbie visitaba con frecuencia la casa de una prostituta llamada Minne. Posteriormente sucumbe a las seducciones de Abbie.
Más allá de Fedra
Esta obra no es una simple versión de la historia de Fedra. Hay varias otras referencias implicadas. Por ejemplo, la obra comienza con el paso del odio al amor en Eben por Abbie, que es un motivo clásico que acontece en la historia de Briseida y Aquiles en la Ilíada de Homero.
Además, cuando Eben duda de la fidelidad de Abbie, decide escapar de las penurias del amor no correspondido abandonando el pueblo donde reside la amada. Este propósito, aunque no ejecutado, recuerda a la reacción de los amantes en Virgilio ante la decepción del amor no correspondido.
Al final de la obra, Abbie mata a su propio bebé para recuperar el amor de Eben. Los críticos comparan este infanticidio con el asesinato de sus hijos por parte de Medea para vengar la traición de su esposo Jasón. Pero la motivación de Abbie recuerda más al asesinato de su hermano menor, Apsirto, que había sido perpetrado antes por Medea para demostrar su amor por Jasón.
Finalmente, Efraín, como Teseo en la historia de Hipólito, maldice a su hijo. Aunque el poder de los dioses en el mundo de O’Neill no es tan fuerte como en la tragedia clásica, Eben y Abbie resultan igualmente condenados a muerte al final del drama. Esta es la dimensión fatalista de las obras de O’Neill: los personajes luchan por lograr lo que quieren, pero siempre fracasan.
O’Neill pretendía revitalizar conceptos clásicos a los ojos de los espectadores y lectores modernos. Los motivos que ha incorporado en sus obras son preocupaciones humanas o problemas universales que pueden acontecer en cualquier período histórico: el asesinato que se justifica “por amor”, el amor no correspondido o el enamoramiento a primera vista persisten en la literatura y el cine contemporáneos. Sin embargo, la reacción de los personajes modernos ante esas cuestiones ha evolucionado: son más propensos a errores y más flexibles en la toma de decisiones.
Por otro lado, algunas de las actitudes humanas que el dramaturgo representa conocen una triste actualidad en la crónica de sucesos. Por ejemplo, Abbie asesina a su propio hijo. Esta acción criminal, que hoy conocemos como violencia vicaria, se remonta al crimen de Medea y encuentra reflejo real en los crímenes de José Bretón del 2011 o los de Tenerife en 2021.
En definitiva, para quienes se atreven a emprender un viaje a los claroscuros del mundo clásico, trasladados a un contexto contemporáneo, los dramas de Eugene O’Neill pueden ser una buena guía.