Viernes, 20 Septiembre 2024 09:09

Cómo la neurociencia puede ayudarnos a ser más solidarios

Escrito por UCC+i
Imagen de archivo (Pixabay) Imagen de archivo (Pixabay)

En la película Spider-Man 2 hay una escena en la que el superhéroe arácnido, Peter Parker, lucha contra el villano Doctor Octopus en un tren elevado que ha perdido el control. Peter, agotado y con su traje visiblemente deteriorado, se coloca delante del tren y, empleando toda su fuerza, logra detenerlo, salvando a todos sus pasajeros. Luego, desfallecido por el esfuerzo, es llevado por los pasajeros al interior del tren, donde lo cuidan y lo protegen del Doctor Octopus.

Este episodio nos sirve para reflexionar sobre la conducta prosocial o cívica, que será el enfoque de las siguientes líneas. Podemos apreciar el altruismo y sacrificio personal de Spider-Man, quien pone su vida en peligro para salvar a los pasajeros sin esperar nada a cambio. A su vez, la conducta de los pasajeros es un ejemplo de comportamiento prosocial y cívico, al actuar con empatía y respeto hacia su salvador.

Pero ¿cuál es el estado de los jóvenes respecto a sus valores sociales y conducta cívica? ¿Qué función cumple la educación en ello?

Comportamiento antisocial de los jóvenes

Desde hace décadas, las políticas educativas se centran en mejorar la conducta social y cívica de los jóvenes. Numerosos programas y proyectos abordan la creciente presencia de conductas incívicas, que preocupan a educadores y familias. Estas conductas, que incluyen desde la falta de respeto hasta el comportamiento antisocial, representan un desafío significativo en la formación de una sociedad más responsable.

Diversos estudios analizan la situación actual y subrayan la necesidad de mejorar la conducta prosocial de las nuevas generaciones. Un estudio publicado en 2024 destaca que, a pesar de los esfuerzos educativos, aún existen desafíos en la internalización de valores prosociales. Otro estudio revela que, en una muestra de jóvenes de 14 a 19 años, el comportamiento prosocial se sitúa apenas un poco por encima del promedio. Esto sugiere que, aunque no están en el nivel más bajo de la escala, sus acciones prosociales podrían mejorar considerablemente.

Conocer los factores que influyen en la conducta social de los jóvenes es esencial para su desarrollo personal y para garantizar su bienestar futuro y el de toda la sociedad. Además, el comportamiento social de las nuevas generaciones tiene implicaciones a largo plazo en la cohesión social y la productividad económica.

La conducta prosocial en el cerebro

Investigaciones recientes señalan que la clave de la conducta prosocial se encuentra en el cerebro. La neurociencia establece que hay dos habilidades relacionadas con estas conductas: las funciones ejecutivas y la inteligencia emocional.

Las funciones ejecutivas son un conjunto de habilidades cognitivas que nos permiten planificar, organizar, tomar decisiones y controlar los impulsos. Estas habilidades se desarrollan en la zona prefrontal del cerebro y nos ayudan a pensar antes de actuar, adaptarnos a nuevas situaciones y tomar mejores decisiones.

Por otra parte, la inteligencia emocional se refiere a la capacidad de entender y gestionar nuestras emociones, así como las de los demás. Este concepto, más ligado a la psicología, incluye habilidades como la empatía, el autocontrol emocional y la capacidad de interactuar con otros. Aunque puedan parecer conceptos separados, las funciones ejecutivas y la inteligencia emocional se complementan y forman un tándem fundamental en el desarrollo de las primeras etapas de la vida.

¿Qué personas son más solidarias y abiertas?

Nuestro reciente estudio analiza cómo las funciones ejecutivas y la inteligencia emocional pueden predecir habilidades y valores sociales en estudiantes de secundaria. Hemos podido observar que ambas tienen un impacto significativo en el comportamiento prosocial, sugiriendo que una mayor inteligencia emocional fomenta actitudes más solidarias y una mayor apertura hacia los demás.

En cuanto a las funciones ejecutivas, aunque su influencia es más moderada, se identificaron dimensiones que predicen comportamientos prosociales específicos, como la flexibilidad cognitiva, que mostró capacidad predictiva en el respeto hacia los demás.

Pero ¿de qué manera se pueden trabajar ambas cuestiones en el aula, en el día a día, para que consigamos ciudadanos más prosociales?

Potenciar funciones ejecutivas e inteligencia emocional

Llegados a este punto, habría que preguntarse por una serie de pautas pedagógicas para trabajar en el aula estas dos capacidades. En el caso de las funciones ejecutivas, sería conveniente potenciar la organización y planificación de tareas a través, por ejemplo, del uso de agendas y establecer rutinas diarias de revisión de objetivos. El uso de juegos de estrategia como el ajedrez puede potenciar la planificación, toma de decisiones y resolución de problemas. También es útil segmentar tareas en partes para que los estudiantes aprendan a priorizar.

Para trabajar la inteligencia emocional, se pueden incluir sesiones regulares donde los estudiantes aprendan a identificar, expresar y gestionar sus emociones, usando un diario de emociones o mediante juegos de rol para interpretar diferentes emociones. Ejercicios de relajación pueden ayudar a manejar el estrés y el autocontrol, y el trabajo de la empatía se puede fomentar a través de proyectos enfocados en el servicio comunitario.

En definitiva, entender cómo funciona el cerebro durante el aprendizaje es una oportunidad valiosa para desarrollar estrategias educativas más efectivas, permitiendo a los jóvenes convertirse en adultos emocionalmente inteligentes y socialmente responsables.

*Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation, por el profesor de Teoría e Historia de la Educación de la Universidad de Córdoba Luis Espino Díaz

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