“La primera, que es siempre la menos numerosa, realiza todas las funciones políticas, monopoliza el poder y goza de las ventajas que ello trae consigo; mientras que la segunda, más numerosa, es dirigida y regulada por la primera, de un modo más o menos legal, ya más o menos arbitrario y violento, y ella la provee, al menos aparentemente, de los medios materiales de subsistencia y de aquellos que para la vitalidad del organismo político son necesarios”.
Como ya insistía Mosca, la clase dirigente está formada por una absoluta minoría social, aunque muy bien organizada. Hasta el extremo de que resulta “fatal la prevalencia de una minoría organizada sobre la mayoría desorganizada, que se encuentra en una situación que llamaremos pasiva” porque la fuerza de esta minoría “es irresistible frente a cada individuo de la mayoría, el cual se encuentra aislado ante la totalidad de la minoría organizada”.
La clase gobernante –una singular “minoría organizada”– cambiaba tímidamente (o más acentuadamente a veces) conforme evolucionaban las sociedades gobernadas y, por tanto, también lo hacían las formas de gobierno. Así, afectaban al mismo proceso de su gestación y a las características de su propia formación y composición.
Si hasta el periodo decimonónico la clase gobernante se amparaba esencialmente en una élite militar o guerrera, una élite religiosa y una élite aristocrática, el liberalismo afianzó el predominio de una nueva clase dominante y gobernante en Europa y en el resto de los países occidentales en el siglo XIX: la burguesía.
Pero la evolución continuó notablemente ya iniciado el siglo XX con la instauración del derecho de sufragio universal y la consolidación y la expansión de los sindicatos y los partidos socialistas, porque influyeron en la apertura y la renovación de la clase burguesa gobernante del periodo decimonónico en Europa.
Primero lo hicieron con la incorporación de una nueva clase social, la llamada clase media (pequeña burguesía, profesionales liberales, antiguos proletarios aburguesados..), que inicialmente compartiría el gobierno con la burguesía histórica.
Después, la clase gobernante europea se integró también, aunque mínimamente, con la incorporación de un sector de la clase obrera, bien coexistiendo con esa nueva clase media gobernante, como sucedió en los regímenes democráticos británico y francés del primer tercio del siglo XIX –incluso en los inicios de los propios regímenes fascistas y nacionalsocialistas–, o como única clase gobernante en los regímenes soviéticos o comunistas.
Una nueva y capital etapa histórica comenzó con la consolidación de las democracias occidentales tras el fin de la Segunda Guerra Mundial. La clase gobernante se liberalizó y se democratizó aún más, liberándose poco a poco del dominio de las clases económicas y sociales imperantes en el primer tercio del siglo XX y, además, transformando los partidos políticos existentes.
Apareció una nueva élite de gobierno que, aunque amparada o procedente de las anteriores clases gobernantes, no tenía en ellas sus auténticos signos de identidad, sino que adquirió identidad propia y diferenciada en poco tiempo.
A partir de la década de los años cincuenta, en la Europa democrática la clase gobernante procederá y estará dominada, no por una única o preponderante clase social o económica, y menos aún militar o religiosa como en el pasado lejano, sino por una auténtica clase de origen y procedencia esencialmente política: la “clase política profesional”, los profesionales de la política.
Hoy, en pleno siglo XXI, los gobiernos democráticos están en manos de los “políticos profesionales”. Estos están organizados primariamente en asociaciones políticas de gobierno y de poder (los partidos políticos del régimen instaurado) y tienen intereses de minoría social muy bien delimitados.
En España tuvimos que esperar hasta la Transición
En España la consolidación de esta oligarquía política profesional vino tardíamente en comparación con lo acaecido en la casi totalidad de los países democráticos. Si en Estados Unidos y en las naciones anglosajonas el “reinado” de la clase política estaba asegurado y afianzado en los inicios del siglo XX –y si en la mayoría de los países de la Europa Occidental, no solo en Alemania e Italia, la minoría organizada de la política profesional no comienza a consolidarse hasta el fin de los regímenes nazi y fascista–, en la península ibérica la clase política profesional tuvo que esperar hasta mediados de los 70, hasta el ocaso de las dictaduras militares española y portuguesa.
Más exactamente, en España la actual clase gobernante apareció con la pluralidad de los partidos políticos, con la Transición y con la democracia instaurada por la Constitución de 1978.
A lo largo de la historia, la clase gobernante ha pasado de estar formada por élites tradicionales a convertirse en una clase política profesional. Este cambio refleja la democratización del poder, aunque sigue siendo controlado por una minoría organizada.