Esa premisa ha presidido las labores agrícolas durante siglos. Así si había que abonar o tratar cualquier enfermedad, mejor pecar por exceso que por defecto. Para combatir insectos, roedores, gusanos, hongos o malas hierbas no convenía ser cicateros. Y así, con el argumento de la efectividad, se estigmatizó como tacaños a quienes trataron de poner algo de sentido al uso de plaguicidas. Un pecado, el del exceso, que ha llevado a la agricultura a pagar una penitencia en forma de contaminación ambiental, que las administraciones tratan de frenar con una dura normativa que regule el uso de este tipo de productos en la agricultura.
Así, en la UE están regulados el tipo de productos y el manejo de los mismos gracias a un cuerpo legislativo que obliga, por ejemplo, a controlar el estado de las máquinas utilizadas por los agricultores a la hora de tratar las enfermedades de sus cultivos y a etiquetar correctamente aclarando la dosis máxima de producto permitida. No obstante, uno de los mayores retos es el de adaptar la dosis de los productos a la morfología de los árboles. El sector fitosanitario apoya el uso de estándares para calcular los volúmenes de líquido a pulverizar con sus productos. Lo hacen utilizando cálculos geométricos que tienen en cuenta parámetros geométricos propios de los cultivos en seto o espaldera, muy útiles a las necesidades del norte y centro de Europa pero que no resultan eficaces en el caso de los cultivos frutales mediterráneos donde, a diferencia de lo que ocurre en aquellas latitudes, los árboles mayoritariamente se plantan de forma aislada.
Por eso, investigaciones como la desarrollada por el grupo de “Mecanización y Tecnología Rural” de la Universidad de Córdoba, en colaboración con la unidad de Mecanización Agraria de la¿qué Universidad es?, están logrando un importante impacto en el ámbito científico y en el agronómico. Concretamente, el grupo que dirige el profesor de la Escuela Técnica Superior de Ingeniería Agronómica y de Montes Jesús Gil Ribes ha logrado determinar la relación óptima entre el volumen de producto aplicado y la geometría de los árboles para el olivar, evitando el cálculo hecho por los agricultores sin base científica o técnica. Para conseguirlo, los investigadores Jesús Gil, Gregorio Blanco, Antonio Miranda, Andrés Cuenca y Alberto Godoy se centraron en el volumen de copa de los árboles. Ensayaron con seis volúmenes diferentes en el laboratorio (figura 1) y seleccionaron los tres que dieron los mejores resultados para llevarlos al experimento de campo (figura 2). Utilizando trazadores –colorantes para ver hasta dónde llegaba el producto- y volúmenes de aplicación diferentes concluyeron que la relación más adecuada, la que logra una mayor cobertura, homogeneidad, penetración en el árbol y reducción de la dosis, es de 0,12 litros por cada metro cúbico de copa. Los resultados fueron publicados en la revista Science of The Total Enviroment y están siendo transferidos al sector agroalimentario –tanto a los fabricantes de equipos como a los olivareros-. Al fin y al cabo, el uso de productos fitosanitarios supone entre el 10 y el 15 por ciento de los costes totales de cualquier explotación agrícola, y todo lo que suponga ahorrar económica y ambientalmente acabará registrado como beneficio que, como ya se sabe, “moneda ahorrada, moneda ganada”.