En esta ocasión fue una joven investigadora, Mónica Sánchez, del grupo HIBRO especializado en Tecnología de los Alimentos, la encargada de abrir el debate moderado por la periodista Marta Jiménez. La discusión, en la que participaron activamente las casi 40 personas asistentes, partió de la referencia a estudios que vienen constatando un descenso de la fertilidad masculina y femenina relacionado con la contaminación ambiental y derivó en los efectos que la maternidad y la crianza tienen sobre el ascenso profesional de las científicas. En este sentido fueron muchas las intervenciones que trataron de poner el acento en la falta de medidas que palien los problemas derivados de la interrupción temporal de la actividad que puede suponer tener hijos para las investigadoras, especialmente para aquellas que requieren evitar el paso por el laboratorio por una razón estrictamente relacionada con la salud laboral. Se abogó por demandar una legislación que favorezca la conciliación, pero también y fundamentalmente por una educación de toda la sociedad que facilite la eliminación de los prejuicios personales y familiares que en ocasiones frenan el desarrollo profesional de las mujeres investigadoras a las que se les adjudica el papel de cuidadoras y anima a renunciar a sus ambiciones profesionales. Además se subrayó el papel que los hombres investigadores pueden jugar en el establecimiento de un modelo de trabajo en equipo basado en la colaboración y no sólo en la competencia permanente.
Por otro lado y, como en buena parte de las distopías, el análisis de la novela de Atwood sirvió para plantear la eterna pregunta ¿realmente la organización social de un mundo científica y tecnológicamente hiperavanzado deriva irremediablemente en un regreso a lo primitivo? Recursos literarios aparte, el debate de los “cienciaficcionados” advirtió sobre el paralelismo entre este tipo de ficciones distópicas y la proliferación de discursos pseudocientíficos que abogan por la vuelta a “lo natural” y reniegan de las evidencias científicas.