Ser adolescente supone un reto, como lo es ser un bebé que debe aprender a caminar, hablar o moverse con autonomía. Ahora bien, llegada la adolescencia, las tareas que se afrontan son otras: gestionar emociones, asumir cierta independencia de los progenitores, avanzar en la toma de decisiones… Durante estos años, los chicos y chicas madurarán y harán frente a un amplio abanico de oportunidades de aprendizaje que les hará experimentar, asumir riesgos, cometer errores y, finalmente, convertirse en adultos.
Ser adultos en contacto con adolescentes también supone un reto. Entender cómo ven el mundo, por qué hacen lo que hacen o qué les empuja a comportarse de una determinada manera supone un importante ejercicio de ponerse en su lugar. Además de comprender qué claves del desarrollo están detrás de desafíos tan complejos como definir la identidad personal y sexual, aprender a formar parte de un grupo de iguales que les ayudará a construir su identidad social, o desvincularse emocionalmente de los padres y madres para dejar que sean los amigos quienes cubran necesidades como la búsqueda de apoyo o de intimidad.
Búsqueda de placer
Los avances científicos de la neurociencia ayudan a comprender cómo los y las adolescentes llevan a cabo el proceso de toma de decisiones. Quizás, el resultado más significativo sea que lo hacen con un cerebro que está aun desarrollándose, es decir, que no tiene completamente adquiridas todas sus competencias. Y eso puede llevarles a cometer errores.
Durante la adolescencia, se afrontan multitud de situaciones que exigen tomar decisiones: probar algo nuevo, acercarse a otra persona que nos resulta atractiva o transgredir una regla establecida por la familia. En todas estas decisiones entran en juego dos zonas del cerebro que aún están en desarrollo y en momentos muy diferentes.
Por un lado, el sistema mesolímbico, encargado entre otras cosas de regular el sistema de recompensas. Este sistema refuerza la repetición de conductas que causan placer –como ir de fiesta con amigos con quienes lo pasas bien–, o conductas de supervivencia –como beber agua cada cierto tiempo o en días de mucho calor–. La activación del sistema mesolímbico está mediada en parte por la producción hormonal. Por eso durante la adolescencia su activación es muy alta.
Falta de autocontrol
Por otro lado interviene el córtex prefrontal, encargado de las funciones ejecutivas, es decir, de la regulación de los impulsos y el autocontrol. Una de sus funciones es valorar las consecuencias de un comportamiento. El córtex prefrontal, sin embargo, se encuentra en pleno desarrollo durante los años adolescentes, lo que debería entenderse como un déficit madurativo de las regiones cerebrales que son responsables del control del comportamiento.
Este desequilibrio, que la literatura científica ha llamado Modelo Dual de Sistemas, es clave para comprender por qué a veces los adolescentes toman las decisiones que toman. En su cabeza se combina un sistema de búsqueda del placer altamente activado con un sistema de regulación consciente del comportamiento aún en desarrollo.
En definitiva, la combinación perfecta para que chicos y chicas asuman, en estos años, comportamientos que los adultos consideramos arriesgados.
Sentirse parte de un grupo
No solo el desarrollo individual es importante para comprender el porqué de algunos comportamientos adolescentes. También el desarrollo del mundo social es clave en esta etapa del desarrollo.
En estos años, los iguales se convierten en un contexto fundamental de socialización y aprendizaje. No es que los chicos y chicas se desliguen del contexto familiar, es que amplían su mundo de relaciones e incorporan a su círculo social a los amigos para funciones concretas como la búsqueda de confianza, apoyo y seguridad.
De este modo, adaptarse y ajustar el propio comportamiento para formar parte y sentirse integrado en ese grupo se convierte en una prioridad. Las normas del grupo van a regular, en gran medida, el comportamiento individual. Lo que los demás vean como positivo y sea aceptado por el grupo, será deseado y repetido. Lo que censuren o vean como negativo, será reprimido.
De esta forma, los adolescentes tratarán de ajustarse a lo que suponen que el grupo espera de ellos mientras enfrentan elementos como la presión de grupo –es decir, la influencia que el grupo social es capaz de ejercer sobre una persona– o la audiencia imaginaria, característica del desarrollo cognitivo adolescente que les hace pensar que los demás están siempre pendientes de ellos, valorando y juzgando sus acciones.
El papel de los adultos
El desarrollo adolescente es un proceso complejo con características muy particulares. Aún no pueden ser considerados como adultos, pero lejos han quedado también los comportamientos infantiles. Conductas que suponen asumir ciertos riesgos han sido, y siguen siendo, notas características de la adolescencia.
Sin embargo, no tiene por qué convertirse en algo tormentoso, ni para ellos ni para sus adultos de referencia, si se comprende qué les lleva a actuar de esa manera. La gestión de la situación es más sencilla aún si se les proporciona las herramientas y el apoyo necesarios para gestionar esos comportamientos con éxito.
La literatura científica identifica algunas claves al respecto:
- Equivocarse y asumir ciertos riesgos es un proceso propiamente adolescente: lo importante es que se conviertan en una herramienta de aprendizaje.
- El propio desarrollo cerebral de estas edades lleva a que el placer por experimentar ciertos comportamientos de riesgo impida valorar de forma ajustada sus consecuencias. Es necesario explicar, detenidamente y desde la comprensión, cuáles son esas consecuencias.
- El adolescente necesita sentir libertad para experimentar y equivocarse, pero también conocer los límites y las consecuencias. Aunque quieran ser independientes, aún necesitan sentirse cuidados por el adulto.
La perspectiva adolescente es muy diferente a la perspectiva adulta. Entender su punto de vista y valorarlo como tal es fundamental. Necesitan sentirse escuchados y, sobre todo, comprendidos, por su círculo de referencia.