Una de las claves para que un determinado grupo tenga poder y capacidad de decisión sobre lo que le afecta como colectivo es la organización. La articulación y la creación de redes entre individuos suponen, a menudo, un dique de contención para que en la toma de decisiones no haya intereses ajenos a las personas implicadas. Y es que, tal y como dice el famoso proverbio, la unión hace la fuerza.
Esta es, al menos, la filosofía del proyecto europeo BOND, un proyecto que tiene como finalidad fortalecer la acción colectiva y promover el asociacionismo entre entidades y comunidades agroalimentarias para recuperar su capacidad de influir en las decisiones que les afectan. “No se trata de una organización forzada en torno a una figura jurídica, sino de un proceso de creación de comunidad en el que los grupos implicados construyen su identidad colectiva y diseñan sus estrategias para defender sus intereses”, subraya Mamen Cuéllar Padilla, investigadora del Instituto de Sociología y Estudios Campesinos (ISEC) y responsable del proyecto en la Universidad de Córdoba.
Una de las grandes debilidades del sector primario europeo que da origen al proyecto es que no está organizado, una realidad que en parte se debe al sentimiento de estar trabajando en soledad debido a la dispersión geográfica. Con el objetivo de identificar estas fronteras e impulsar la articulación de las comunidades agricultoras, el proyecto, financiado por la Comisión Europea dentro del programa Horizonte 2020 y en el que están implicados más de una treintena de países, trabaja sobre tres pilares fundamentales: aprendizaje de casos exitosos y duraderos en el tiempo, diagnóstico de barreras y diseño de herramientas para superarlas.
Según destaca otra de las investigadoras del proyecto y miembro del grupo SEJ-179 de la UCO, Irene Iniesta, durante la primera fase del proyecto se han realizado 6 viajes de campo en los que han participado 60 personas agricultoras de más de 30 países europeos, con potencialidad para liderar procesos de articulación y acción colectiva en sus contextos. Alo largo de estos encuentros se han visitado cooperativas agrícolas con un diseño interno de organización horizontal y participativa, cooperativas de uso compartido de maquinaria agrícola, o bancos de tierras.
El análisis de estos casos de éxito ha servido para identificar las principales barreras que impiden a las comunidades agrícolas tejer redes de colaboración. Según las primeras conclusiones extraídas, se trata de escollos geográficos, culturales y, fundamentalmente administrativos, que a menudo suelen afectar con mayor contundencia a pequeñas y medianas productoras, “mucho más indefensas ante el mercado y regulaciones públicas pensadas para la gran escala”, para las cuales el asociacionismo podría ser una alternativa viable.
El siguiente paso del proyecto, que finalizará el próximo año, es desarrollar un plan de acción en algunos de los países que participan en el estudio a partir de los resultados obtenidos. En Polonia, por ejemplo, se está perfilando una red de pequeñas y medianas productoras para la comercialización directa de sus productos y, en España, se está planteando un encuentro que unirá a diferentes actores del sector para adaptar las normativas higiénico-sanitarias a la realidad de las pequeñas y medianas productoras y transformadoras agroalimentarias.
Otro aporte del proyecto será una guía práctica de métodos y herramientas que, respondiendo a los diagnósticos desarrollados, faciliten los procesos de construcción de articulaciones y redes en el ámbito agroalimentario. En definitiva, el objetivo último del proyecto es contribuir al empoderamiento de las pequeñas y medianas productoras y a la democratización del sector para que tenga voz y voto en las decisiones que marcan el rumbo de su futuro.
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