Esgrimimos las cifras de las consecuencias de estos fenómenos para reclamar respuestas desde las diferentes administraciones. Pero estas demandas no siempre apuntan hacia una dirección sostenible, ni es siempre el clima el responsable de las catástrofes.
El agua, ¿un recurso… o un bien?
Disponer de agua de calidad es una necesidad básica de la naturaleza y de la humanidad. Sin embargo, la modificación del medio por el hombre a lo largo de la historia y el intenso desarrollo económico desde finales del siglo XIX han provocado el deterioro de las aguas y el diseño de normas para su recuperación.
La Directiva Marco del Agua (DMA) cerró el siglo XX obligando a los estados de la Unión Europea a “alcanzar y proteger el buen estado ecológico de las aguas” como objetivo principal de la planificación de recursos hídricos.
Con aquella norma, pasamos de minimizar el fallo en atender las demandas de agua existentes a perseguir la conservación de la calidad de las masas de agua para los ecosistemas. Es decir, nos obligó a recordar que el agua, más que un recurso escaso, es un bien fundamental en el planeta.
Además, la DMA especifica que:
- La gestión del agua debe incluir criterios de cantidad y calidad (gestión integral) e integrar la planificación de usos del territorio con las demandas asociadas de agua (gestión integrada).
- Las cuencas son un continuo que incluye aguas superficiales, subterráneas y costeras, y no pueden gestionarse de forma independiente.
- Los usos del agua deben incluir criterios de recuperación del coste de inversión y explotación, el coste de recuperación del impacto ambiental asociado y el coste de oportunidad.
- La participación social es obligada en el proceso de planificación.
Evolución y futuro de la gestión del agua
Hoy, veinte años después, encaramos el tercer ciclo de planificación hidrológica para el periodo 2021-2027. Lo hacemos con interrogantes sobre el futuro de una sociedad que produce y consume productos y servicios a nivel mundial. Un modelo de globalización sostenido gracias a altas demandas de agua cuya viabilidad se tambalea ante crisis como la que vivimos actualmente.
Los cambios en materia de gestión de los recursos hídricos vividos durante los últimos años han sido muchos. Basta seguir las variaciones en los nombres de los ministerios con competencias en la materia (Transición Ecológica hoy, Medio Ambiente, Agricultura o Fomento, tiempo atrás) para percibir la evolución de la sociedad frente al agua.
Sin embargo, existe aún una gran inercia a percibir el agua y el territorio por el que discurre como un recurso, es decir, algo que usamos para un fin, y no como un bien, algo a conservar por su propia calidad para que siga siendo tal.
“El agua se pierde hacia el mar”, “aún hay margen para aumentar superficie de regadío”, “protejamos la costa frente a los temporales”, “construyamos defensas frente a las inundaciones”, “reutilicemos el agua depurada para no desperdiciarla"… Muchas frases pronunciadas con frecuencia ignoran la conexión entre los procesos del agua a lo largo del territorio.
Los ríos y la costa necesitan que el agua fluya. Sus riberas son zonas de inundación natural por tormentas y temporales y no deben ser ocupadas por el hombre. El clima cambia y es cíclico y volverá a traer sequías. Cada gota que desviamos de su ruta hacia el mar contribuye al déficit natural y este déficit no puede aumentar indefinidamente sin consecuencias. Estamos matando la gallina de los huevos de oro al confundir bien con recurso.
¿Adaptamos el medio…?
La capacidad de la humanidad para adaptar el medio ha promovido tasas de supervivencia y mejoras de las condiciones de vida impensables en todas las épocas antecedentes.
Almacenar agua para periodos secos, canalizaciones para transportarla y distribuirla al punto de uso, generar energía… Estas transformaciones del entorno nos han hecho prosperar de forma imparable. Pero también alcanzar cotas elevadas de demanda de agua en las regiones desarrolladas. Sus impactos se agravan a medida que navegamos río abajo desde las cabeceras hacia el mar.
La naturaleza posee sus propios mecanismos de regeneración ante sucesos extremos, que se activan si no se limitan sus condiciones. A un temporal, le sucede una calma. Después de la lluvia, vuelve a salir el sol. Pero debemos hacernos preguntas:
¿Es un temporal el responsable de los daños en las llanuras de inundación o es la sociedad que permitió que ese territorio se ocupara?
¿Es sostenible apostar por la ampliación de superficie de regadío en cuencas que ya son deficitarias?
¿Podemos seguir ignorando que la disminución en las capturas pesqueras o la erosión en la costa se deben en parte a la falta de aportes de agua dulce y sedimentos, retenidos aguas arriba por los embalses que garantizan otros usos?
En resumen: ¿es sostenible seguir adaptando el medio utilizando una y otra vez el agua en su camino hacia el mar?
¿…o nos adaptamos a él?
Para encontrar un equilibrio sostenible entre el uso del agua y su conservación, necesitamos aprender lo que olvidamos en la carrera desarrollista y volver nuestra mirada a soluciones basadas en la naturaleza.
Necesitamos recordar lo que nuestra capacidad de modificar el medio nos hizo olvidar: que ciertas zonas (ahora protegidas y ocupadas) se inundaban cada año, que algunos cultivos no eran rentables por su escasa resistencia a la escasez de agua o que la vida junto a un mar sin diques estaba cargada de inclemencias.
No es la vuelta a la caverna, sino conjugar lo mejor de la capacidad natural y de la humana para adaptarnos al medio modificándolo de forma sostenible. Pueden aplicarse cambios que permitan mantener nuestro bien fundamental, el agua, para que sea un recurso sostenible y a la vez un legado para las generaciones futuras.
Una sociedad formada e informada
Para cambiar nuestra mirada, necesitamos ser una sociedad formada, con la ciencia como base de las soluciones. Es indispensable contar con una sociedad informada con rigor e independencia, que pueda rechazar avances con beneficio a corto plazo, pero insostenibles a futuro.
La participación en la política del agua exige una sociedad formada e informada, que ya no entienda que una vez pudo decirse que "el agua se pierde hacia el mar”.
*Este artículo fue publicado por la catedrática de la Unidad de Excelencia María de Maeztu - Departamento de Agronomía (DAUCO) María José Polo en The Conversation.